La historia de los asientos del metro en CDMX
El Metro de la Ciudad de México, inaugurado el 4 de septiembre de 1969, es uno de los sistemas de transporte más grandes y concurridos del mundo. Su creación respondió a la creciente demanda de movilidad en la capital mexicana, debido al rápido crecimiento urbano y el colapso del sistema de transporte público tradicional. Tuvo un gran impacto en la sociedad mexicana: desde sus interacciones, el crecimiento económico y su diseño incluye elementos culturales, como murales y exposiciones, lo que lo convierte no sólo en un medio de transporte, sino en un símbolo de identidad para los habitantes de la ciudad. Permitió el traslado de grandes distancias por una tarifa accesible en un tiempo razonable, la posibilidad de moverse hacia partes de la ciudad que, en otro tiempo, hubiera sido complicado. Comenzó con la Línea 1, que iba de Zaragoza a Chapultepec, y desde entonces ha crecido hasta contar con 12 líneas que abarcan más de 226 kilómetros y 195 estaciones.
En los primeros años tuvo una buena respuesta del público. Sin embargo, no tardaba mucho en presentarse uno de los principales obstáculos dentro de la experiencia del usuario, la comodidad de los asientos:
En un inicio, los trenes Alsthom MP-68 y C.N.C.F-Alsthom NM-73 contaban con asientos acojinados forrados de vinil azul, no obstante, ante el uso diario y el vandalismo, eran fácilmente destruidos y de difícil mantenimiento. Por ello, se optó por cambiarlos por un material más resistente: la fibra de vidrio.
La fibra de vidrio es producida a través de un proceso que se denomina hilado. Consiste en fundir el vidrio y extraerlo por medio de pequeñas aberturas, dando como resultado filamentos que son capaces de ser entrelazados. Este material es bastante resistente y no se utiliza únicamente en los asientos, sino también en piezas de automóviles, suelos, ductos de aire, closets, entre otros. En este caso, terminó siendo muy eficiente: un asiento que soporta golpes, desgaste y corrosión mucho mejor que los anteriores, en un diseño cuyo molde puede ser personalizado fácilmente, priorizando la ergonomía. Puede ser revestido o combinado con materiales antideslizantes para aumentar la comodidad del pasajero, pues serán asientos de uso continuo e intenso. Además de ser un muy buen aislante térmico, ideal para un ambiente en el que se acumula mucho calor.
La fibra de vidrio es más liviana que otros materiales de similar resistencia (como el aluminio), lo que puede reducir el peso total de los vagones, ayudando a la eficiencia energética.
Finalmente, se pudo llegar a un resultado cuyo mantenimiento es de una limpieza sencilla y rápida gracias a su superficie lisa. Previniendo de posibles manchas, microorganismos, suciedad y líquidos vertidos, obstáculos de higiene inevitables en el transporte público.
Se calcula que, diariamente, el metro es usado por aproximadamente 5 millones de personas. La necesidad de un buen diseño de lugares en el metro es inherente y sustancial en la experiencia del usuario. Sobre todo, tomando en consideración que la mayor parte de estos traslados suelen ser a largas distancias y que su diseño debe responder a múltiples circunstancias: reducir en medida de lo posible la fatiga física, prevención de lesiones durante movimientos bruscos del vagón, el deterioro conforme el paso del tiempo, disminución de concentración de microorganismos y suciedad, mejor distribución de espacio (generando mayor capacidad de pasajeros en horas pico y además de ofrecer un mejor viaje dentro del metro para personas con discapacidades o movilidad reducida). Al poner en prioridad la eficiencia de los asientos, se crea un ambiente acogedor que convierte los trayectos diarios en experiencias más humanas, se construye un sistema de transporte público que respalda la movilidad con empatía, uniendo a las personas y mejorando la calidad de vida en nuestras ciudades.
Por:
María Fernanda Baños Álvarez
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